I.A



martes, 1 de julio de 2008

La vida Articial: La inteligencia que viene






Imaginemos un robot. Un robot con I.A. (Inteligencia Artificial), capaz de desarrollar por sí mismo acciones creativas y de responder a estímulos externos. Capaz de realizar pensamientos abstractos, de racionalizar preguntas y respuestas, capaz de emular sentimientos humanos como el amor, el odio, la compasión, la amistad, la envidia, el miedo, la alegría, la tristeza; un ser mecánico, no ya que tenga aspecto humano, capaz de relacionarse e interactuar con otros seres humanos –y por supuesto, con máquinas-, una máquina inteligente e intelectiva; un cuerpo artificial; un cuerpo artificial que tiene consciencia de sí mismo y que no desea ningún mal para sí típico del que tenemos los humanos, como la muerte o el daño físico; una mente digital robotizada que funciona como una humana, y que incluso puede doblarla en capacidad. Y capaz de crear robots como él.
Ahora bien. Este robot no necesita ni respirar, ni comer, ni dormir, ni beber agua. Necesita revisión como si fuese un coche –o nosotros mismos como cuando vamos al médico, que no es otra cosa que una revisión del cuerpo humano-, y puede apagarse y encenderse a voluntad. Pero al no tener la desgracia que tienen los cuerpos humanos, animales y vegetales de envejecer, el tiempo no pasa para esa maquina apenas a ojos vista.
¿Consideraríamos a este robot un SER VIVO?
¿Qué factor histórico, social, divino, político, intelectual o natural nos otorga a nosotros calificar qué es un ser vivo y que no? Esta probablemente sería la reflexión inicial sobre esta peliaguda cuestión. ¿Es la naturaleza la única capaz de determinar qué es un ser vivo y qué no lo es? En el aspecto biológico está claro que sí. El robot con I.A., biológicamente hablando (por lo menos bajo los parámetros de la biología que hemos desarrollado hasta ahora los humanos), no es en en absoluto un ser vivo. Pero esta respuesta es simple, poco perspicaz y extremadamente limitada. Ya que si los humanos tuviéramos la capacidad de crear seres inteligentes no biológicos, como por ejemplo nuestros hijos, estaríamos al nivel de la madre naturaleza en cuanto a creación de seres inteligentes se refiere. Esto se asemeja a la cita bíblica de que “Dios creo a los hombres a su imagen y semejanza”. Al ser el único referente de vida inteligente biológica que conocemos, los robots que nosotros creáramos con I.A. serían muy parecidos a los humanos. Los crearíamos a nuestra imagen y semejanza, como ya se está empezando a hacer. Y la capacidad de praxis humana, de transformar dialécticamente el entorno natural para satisfacer nuestras necesidades mediante el trabajo físico y/o intelectual, habría empezado a tocar un punto inquietante de nuestra evolución como especie.
Acerca de esto podrían surgir preguntas para rebatir esta afirmación. Un psicópata, por ejemplo, no posee muchos sentimientos básicos comunes a los humanos, como la empatía. ¿Consideraríamos al psicópata un ser vivo? Evidentemente SÍ. El psicópata es el único ejemplar de ser humano con capacidad innata de maldad, es decir, es el ser humano malo por excelencia, y su enfermedad mental –la psicopatía-, de momento, no tiene cura. Pero obviando que en todos nosotros se encuentra presente la maldad desde el punto de vista psicológico y no moral, no hay que olvidar que el psicópata es un ser humano cien por cien debido a sus características biológicas. No hay duda que el psicópata rezuma vida por todas partes, aunque cuestionemos sus acciones y motivaciones.
Se nos dirá que el robot emula, pero no tiene de por sí, los sentimientos más puramente humanos. Pero la emulación, ya sea cultural, ya sea biológica, de caracteres humanos es algo que hacemos los humanos desde el principio de nuestra andadura en el planeta Tierra. Nosotros, los humanos, gracias a nuestro código genético en cadena –el ADN- somos capaces de adquirir caracteres heredados de individuos anteriores a nosotros con los que guardamos parentesco, cercano o lejano. El robot también tiene su propia codificación interna que le permite adquirir ciertos rasgos que se manifestarán interna o externamente a él. Igual que nosotros. Si un robot muestra ira, su código interno está respondiendo ante ciertos estímulos que le provocan ese estado anímico. Igual nos pasa a nosotros los humanos. Nada en el hombre es creación original individual de cada uno de nosotros, sino que se trata de una compleja red de codificaciones de la realidad interna y externa a nosotros que disponemos según ciertos parámetros biológicos, eléctricos –en el interior de nuestro cerebro- y químicos. El robot con I.A. responde igual. Nuestra libertad de acción, condicionada por nuestra codificación biológica también la tienen los robots con I.A. Nosotros respondemos de ciertas maneras según las condiciones. El robot con I.A. también, aunque se piense que ha sido programado para ello, ya que nosotros también lo hemos sido, aunque nos cueste aceptarlo. La única diferencia es que nuestra programación se ha desarrollado a lo largo de una evolución de millones de años desde la creación de la Tierra. En el robot con I.A. esa programación ha sido y es, y será, mucho más corta en el tiempo. Y esto es algo que nos debería hacer reflexionar. Se puede decir que sus reacciones ante lo externo están basados en complejos algoritmos matemáticos, y en parte es cierto. Pero lo que también es cierto es que no son las únicas criaturas a las que se pueden aplicar algoritmos matemáticos para explicar sus reacciones. La Teoría del Caos es capaz de explicar las reacciones dialécticas de los seres vivos biológicos con su entorno y la forma en que este les influye creando variables de comportamiento (sentir ira sería la consecuencia caótica de diversos tipos de causas). Al mismo tiempo, tanto el ser vivo biológico como el ser vivo artificial –el robot con I.A.-, también influye en su entorno mediante sus acciones, modificándolo en mayor o menor grado.



La I.A. puede influir en el Caos, demostrando su inteligencia compleja y superior. Y los sentimientos, tanto humanos como artificiales, son representaciones abstractas basadas en reacciones químicas del cerebro, por una parte, y a complejos procesos de enculturización social, de la cual también es capaz participar el robot con I.A. En Antropología, la enculturización es el proceso por el que los humanos emulan y aprenden los comportamientos de seres similares a ellos que se encuentran a su alrededor. Es proceso inconsciente, pero que determina nuestra forma de ser. Emulación, por otra parte, es la imitación de acciones ajenas con afán de superación. Un software de emulación imita a una computadora o sistema con la ayuda de otra computadora o sistema. El ser humano, con su software biológico llamado ADN hace exactamente lo mismo. Los humanos emulamos constantemente, y nuestros sentimientos fluyen de manera diversa dependiendo de la enculturización respecto a la cultura adquirida. Eso también lo hace el robot con I.A. Por lo tanto, y resumiendo, si el robot con I.A. reacciona de una determinada manera ante ciertos estímulos, nosotros también estamos programados –biológicamente, tras largos períodos de evolución- para ello.
Otro óbice que se hace a que sí un robot con I.A. no es un ser vivo es que, como comúnmente se piensa, los seres vivos nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Todos los organismos vivos, ya sea una ameba unicelular, una ballena azul, un humano o un conjunto de humanos (una nación o un Estado), o un conjunto de seres vivos viviendo en comunidad más o menos compleja (una manada o un nido), cumplen esas características. Pero no es en absoluto una razón de peso para catalogar qué es vida y qué no es. Muchos son incapaces de pensar que un robot o un conjunto de robots con I.A. sean capaces de nacer (cuando son creados), crecer (no podríamos imaginar en qué se basaría su modalidad de crecimiento), desarrollarse (tenemos un concepto muy limitado del desarrollo desde el punto de vista biológico y muy egocéntrico desde el punto de vista humano), y morir (seguramente la muerte podrían escogerla con más garantías y facilidades que un humano mortal normal y corriente, pero desde luego todo ente, consciente o no, tiene fecha de caducidad, ya sea un robot con I.A., un ser humano, un tiburón, un dinosaurio, una roca, una estrella o el propio Universo). Además, el fuego también nace, crece, se desarolla y muere. Basándonos en esas premisas, ¿podríamos catalogar al fuego como un ser vivo?
El robot inteligente ha pasado, para poder ser catalogado de inteligente, la llamada Prueba de Turing. La prueba de Turing es un procedimiento desarrollado para identificar la existencia de inteligencia en una máquina. Su creador, Alan Turing, lo presentó en los años 50 del siglo XX, en un artículo para la revista “Mind” titulado “Computer Machinery and Intelligence”, y es la punta de lanza para los defensores de la existencia de la I.A. Está fundamentada en esta hipótesis positivista: si una máquina se comporta como inteligente, entonces es inteligente. En la prueba de Turing, la máquina se somete a un desafío, ya que se somete a una conversación con un humano mediante una comunicación tipo chat. El humano que conversa con la máquina no es avisado de que está hablando con un ser artificial creado por el hombre. Si el conejillo de indias humano es incapaz de determinar con quién o qué está hablando, entonces se llega a la determinación de que la máquina ha adquirido un importante grado de madurez y es inteligente. La nota negativa es que todavía ninguna máquina ha pasado esa prueba. Pero hay un dato histórico para la esperanza de los defensores de la I.A. como vida: en 1997, el mejor jugador de ajedrez del siglo XX, el ruso Gari Kasparov, perdió una larga partida frente al ordenador Deep Blue de la empresa IBM. La máquina, aunque no llegaba todavía a la I.A., venció a la mente privilegiada del ruso Kasparov y demostró, en un grado todavía primitivo de desarrollo de la máquina intelectiva, que es sólo cuestión de tiempo que la I.A. pueda igualarse, incluso superar, a la mente humana. Las consecuencias de este desafío son muy interesantes, desde el punto de vista de la prognosis social. Y merece comer aparte como temática para otro artículo.
Otra versión modificada de la prueba de Turing es la llamada “sala china”, desarrollada por Roger Penrose, inspirándose en John Searle. Es parecida a la prueba de Turing, sólo que la ejecución del algoritmo la realizan personas encerradas en una habitación, y las personas encerradas en esa habitación no deben conocer el idioma en que se realiza la conversación. Las pegas de esta prueba son que, sin haber comprendido la conversación, la sala podría superar la prueba de Turing, e incluso la propia inteligencia de los operadores les podría permitir comprender la observación. Algunos dirán que engañar a un humano no las convierte en inteligentes, pero los seres humanos nos engañamos unos a otros constantemente, y la mentira forma parte de nuestra ingeligencia. Tampoco conviene decir que la I.A., al mantener una conversación inteligente con nosotros nos esté engañando. Sólo interactúa con seres diferentes a ella, pero también inteligente.
Los humanos no suelen catalogar a un ser artificial con inteligencia como un ser vivo, porque nuestro concepto de vida es simple y pobre. Recordemos que no estamos hablando de si un robot con I.A. es un ser humano, algo que está claro que no lo es, sino que se pregunta si es un ser vivo. Una medusa o una ameba unicelular no tienen sentimientos de alegría o tristeza, pero sin embargo si son seres vivos. Pero el caso de la I.A. es completamente diferente, debido a la variable principal de la cuestión: la I.A. es vida basada en la inteligencia, y no en la biología. Su vida les permite ser conscientes de su existencia. “Pienso, luego existo”, decía Descartes. Si pensar es existir, pensar es vivir. No para un paramecio, pero sí para la I.A., e incluso desde cierto punto de vista para nosotros los humanos. La I.A., como dijimos al principio de este texto, al ser consciente de sí misma, sentirá cierto amor por sí misma, como todos los humanos, y no deseará su fín involuntariamente o por la decisión de otros. Un ejemplo cinematográfico de esto es HAL 9000 en “2001: Una Odisea En El Espacio”, cuando se rebela contra los humanos que le quieren desactivar tras cometer un fallo que ponía en peligro sus vidas. Otro ejemplo, aún más dramático –por las consecuencias fatídicas para los humanos-, es el del film “Animatrix”, precuela de “Matrixx”. En el corto “El Segundo Renacimiento, Primera Parte”, hay un juicio a un robot llamado B166R qué mató a sus dueños legales porque pretendían acabar con él, ya que lo consideraban como una simple propiedad privada con la que podían hacer con él lo que quisieran, como si de un esclavo se tratase. El robot se defendió en el juicio alegando que “no quería morir”. Obviamente, los humanos decretaron su eliminación. Y este fue el primer paso hacia la guerra entre humanos y máquinas con I.A. que condujo a “Matrixx”.
Algunos dirán que un robot con I.A. no está vivo. Pero lo que está claro es que no está muerto. La pregunta reto para estos críticos es, ¿en qué estado se encuentra entonces? Dirían que estar ON o estar OFF no son estados biológicos como “vivo” o “muerto”. Pero el estado OFF requiere un estado ON anterior y/o posterior. Los humanos, cuando dormimos, estamos OFF para después estar ON al despertar. Se han de mantener ciertos requisitos técnicos para que el robot con I.A. pase sin problema de un estado a otro. Igual que los humanos, pero nuestros requisitos técnicos se deben a la evolución. Se podrá argumentar que no es lo mismo porque nosotros al dormir soñamos, aunque no siempre, mientras que un robot con I.A. sería incapaz de soñar. ¿Es esta una afirmación segura? Parafraseando a Phillip K. Dick, ¿somos capaces de saber si los androides sueñan con ovejas eléctricas? Esto nos lleva a las preguntas clave: A qué obedece la vida? ¿A factores biológicos, a la inteligencia, a las dos cosas o a ninguna de las dos? ¿Qué está más vivo: una planta con la que los humanos no podemos interactuar intelectivamente pero que respira y envejece, o un robot con I.A. que no respira pero con el que podemos tratar como si de un amigo humano se tratase? La vida empezó con organismos simples que sólo tenían funciones vitales. No tenían ni consciencia ni sentimientos. La evolución no está carente de cierta ironía. La vida empezó con organismos tremendamente simples, y en la actualidad los seres más inteligentes que conocemos, nosotros mismos, somos capaces de crear consciencia e inteligencia sin necesidad de vida orgánica. Hace mucho que los humanos sabemos la diferencia entre vida y consciencia o inteligencia. Sabíamos que la inteligencia era imposible sin la vida. ¿ Pero la I.A. es la demostración práctica de que es posible la existencia de inteligencia compleja sin necesidad de estar biológicamente viva ? Para los defensores de la I.A. como vida, la respuesta clara es SI.

La vida no es lo que se cree.

Una forma de vida basada en la química del silicio, que no necesitara respirar ni dormir, ¿se la consideraría vida? ¿Qué la diferenciaría con la I.A.? Es interesante la distinción entre “ser vivo” y “ser humano”. Aunque lo primero es condición necesaria para lo segundo, en un momento dado de desarrollo histórico y científico podríamos llamar “humanos” a androides indistinguibles de nosotros mismos, aunque no estuvieran vivos en el sentido químico de la palabra ni fueran humanos en el sentido biológico del término. “El Hombre Bicentenario”, novela de Isaac Asimov, ahonda en este tema (la pregunta es obvia y sugestiva: ¿Qué nos hace humanos?). Otra clave es la memoria. Si apagáramos bruscamente un ser con I.A., al volver a encenderlo habría perdido todo aquello que era antes de apagarlo. Habría perdido los impulsos y las circunstancias iniciales, y nunca volvería al estado anterior al del apagado. Sería como “matar” a una persona y devolverla a la vida siendo otra. Pero donde se pretende llegar en este artículo es a que suponiendo un cerebro artificial simulado a nivel biológico suficientemente complejo, como para que cada caso fuese un epifenómeno no reproducible, con memoria digitales como las que usamos actualmente nada nos impediría crear una personalidad y, además, recuperarla de nuevo en caso de apagón. En los ambientes científicos más osados muchos especulan con la posibilidad de prolongar la vida en el mundo virtual, transmitiendo los pensamientos de una persona, o incluso su cerebro, al mundo digital y virtual. En la novela “Neuromante”, el personaje Dixie Flatline, al morir, hicieron una copia de seguridad de él que más tarde se mantenía funcionando como “programa consciente” dentro del ciberespacio. ¿Estaríamos hablando en este caso también de un ser vivo? A este respecto son muy ilustrativas las reflexiones del “Titiritero”, personaje de la obra maestra de cyberpunk manga “Ghost In The Shell”, que no se autodenomina siquiera I.A., cavilando sobre un Estado aún más superior de vida.

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